martes, 14 de marzo de 2017

DEADPOOOL

Dicen que hay que renovarse o morir, y está claro que de un modo u otro, al género de superhéroes le queda mecha para rato. Por un lado los personajes de la DC comienzan este año una andadura que, si tenemos un poco de suerte, nos dará años de películas individuales y grupales en la gran pantalla con nuestros personajes favoritos, ya sabemos que con un tono mucho más maduro y menos para todos los públicos de lo que ya se ha convertido la fórmula de Marvel. Pero por otro, cuando parece que la citada fórmula de la Marvel comienza a perder fuelle (aunque obviamente no en taquilla), aparecen de forma paralela productos diferentes, arriesgados y con un tono absolutamente atípico en este género. Como por ejemplo, Deadpool

Lo primero, es difícil para mí considerar Deadpool una película de superhéroes, si bien su protagonista es un personaje de cómic. Casi me arriesgaría a considerarla una comedia gamberra con mucha acción, gore en su justa medida y un sentido del humor que es el 50 por 100 de su éxito. Muy al estilo de Kick Ass, por poner una comparación. No porque su prota sea un tipo con mallas y máscara tiene que ser un héroe, ni su película englobarse en el mismo género que los Vengadores o Superman, con las que poco tiene que ver. 

Dicho esto, es innegable que Deadpool da lo que promete. En todos los sentidos. Si bien es una historia que requiere de narrar el origen del personaje, la cinta entra directamente al trapo y el origen se cuenta en forma de flashbacks aprovechando que este personaje tiene la capacidad de romper la cuarta pared y dirigirse a nosotros sin tapujos, para explicarnos lo que nos estamos perdiendo o simplemente para hacernos partícipes de sus pensamientos. Así, libre de ataduras, la película va a lo que va desde la superhonesta secuencia de créditos iniciales en la que no deja títere con cabeza ni entre sus actores, productores, guionista o director. Pero pese a que la acción constante y el humor cafre son los dos mejores puntos de la película (la broma sobre Liam Neeson y la saga Venganza, simplemente me mató), tampoco engañaban a nadie cuando decían que Deadpool es una historia de amor. Vale, sí, queda muy soterrada entre la sangre y el cachondeo, pero la historia de amor está ahí, funciona perfectamente y de hecho es el eje de la trama. Y sin edulcorantes, ojo, porque lo mismo se sueltan un "te quiero" que se ponen finos a darle a la mandanga. Todavía estoy flipando con la escena de Reynolds a cuatro patas. Si eso no es amor, ¿qué lo es?

Pero por encima de todo, lo mejor de Deadpool es un Ryan Reynolds que no podemos decir que esté en estado de gracia porque este actor da para lo que da, pero de una cosa no hay duda: nació para ser Deadpool y se ha estado entrenando progresivamente en todas sus películas anteriores. ¿Recordáis el humor gamberro de su personaje en Blade Trinity? Puro entrenamiento. ¿El toque cómico de su Hal Jordan en Green Lantern? Más entrenamiento. Y tanto entrenar culmina aquí, en un personaje que se ríe de sí mismo, del género, del tío que protagoniza la peli, de su filmografía, y de la madre que los parió a todos. 

Con semejante batiburrillo de géneros y de estilos, es imposible que no salgas del cine con la sensación de no haber pasado un rato cojonudo. Ahora, ¿es la obra maestra que muchos quieren vendernos? Pues hombre, no... es lo que es, y como lo que es funciona a la perfección. De ahí a que sea "el nuevo rumbo a seguir en cine de superhéroes" o "la reinvención genuina de un género en claro declive" (os lo prometo, he leído estas críticas por ahí), va un mundo. Pero cada personaje debe tener su estilo, su momento, su tono y su protagonista, y lo que está totalmente claro es que con Deadpool han acertado con los cuatro. No os la perdáis.

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