Lo primero, es difícil para mí considerar Deadpool una película de superhéroes,
si bien su protagonista es un personaje de cómic. Casi me arriesgaría a
considerarla una comedia gamberra con mucha acción, gore en su justa
medida y un sentido del humor que es el 50 por 100 de su éxito. Muy al
estilo de Kick Ass, por poner una comparación. No porque
su prota sea un tipo con mallas y máscara tiene que ser un héroe, ni su
película englobarse en el mismo género que los Vengadores o Superman,
con las que poco tiene que ver.
Dicho esto, es innegable que Deadpool da lo que promete.
En todos los sentidos. Si bien es una historia que requiere de narrar el
origen del personaje, la cinta entra directamente al trapo y el origen
se cuenta en forma de flashbacks aprovechando que este personaje tiene
la capacidad de romper la cuarta pared y dirigirse a nosotros sin
tapujos, para explicarnos lo que nos estamos perdiendo o simplemente
para hacernos partícipes de sus pensamientos. Así, libre de ataduras, la película va a lo que va desde la superhonesta secuencia de créditos iniciales
en la que no deja títere con cabeza ni entre sus actores, productores,
guionista o director. Pero pese a que la acción constante y el humor
cafre son los dos mejores puntos de la película (la broma sobre Liam
Neeson y la saga Venganza, simplemente me mató), tampoco engañaban a nadie cuando decían que Deadpool es una historia de amor. Vale, sí, queda muy soterrada entre la sangre y el cachondeo, pero la historia de amor está ahí, funciona perfectamente y de hecho es el eje de la trama.
Y sin edulcorantes, ojo, porque lo mismo se sueltan un "te quiero" que
se ponen finos a darle a la mandanga. Todavía estoy flipando con la
escena de Reynolds a cuatro patas. Si eso no es amor, ¿qué lo es?
Pero por encima de todo, lo mejor de Deadpool es un Ryan
Reynolds que no podemos decir que esté en estado de gracia porque este
actor da para lo que da, pero de una cosa no hay duda: nació para ser Deadpool y se ha estado entrenando progresivamente en todas sus películas anteriores. ¿Recordáis el humor gamberro de su personaje en Blade Trinity? Puro entrenamiento. ¿El toque cómico de su Hal Jordan en Green Lantern?
Más entrenamiento. Y tanto entrenar culmina aquí, en un personaje que
se ríe de sí mismo, del género, del tío que protagoniza la peli, de su
filmografía, y de la madre que los parió a todos.
Con semejante batiburrillo de géneros y de estilos, es imposible que no salgas del cine con la sensación de no haber pasado un rato cojonudo.
Ahora, ¿es la obra maestra que muchos quieren vendernos? Pues hombre,
no... es lo que es, y como lo que es funciona a la perfección. De ahí a
que sea "el nuevo rumbo a seguir en cine de superhéroes" o "la
reinvención genuina de un género en claro declive" (os lo prometo, he
leído estas críticas por ahí), va un mundo. Pero cada personaje debe
tener su estilo, su momento, su tono y su protagonista, y lo que está
totalmente claro es que con Deadpool han acertado con los cuatro. No os la perdáis.
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